Franco y el auge de la filosofía en España

(Este tema fue propuesto por un seguidor durante una emisión en directo en Twitch)

Érase un pensador gallego con un brazo en alto; érase un pensador bajito; érase un tirano con un solo testículo; erase Paca la Culona, golpista nombrado Caudillo por Gracia Divina (o eclesiástica).

Podría preguntarse alguien qué relación pudo tener tal personajillo con la filosofía, siendo ésta la representante del pensamiento libre, la crítica y el esclarecimiento de la verdad, y siendo aquél el artífice de casi 40 años de represión ideológica, asesinatos y persecución de la intelectualidad. ¿No fusiló y encarceló a sus adversarios políticos? ¿No instauró un régimen católico basado en la tradición y detractor de todo pensamiento que la pusiera en cuestión? ¿No impuso el orden militar y religioso por encima del intelectual?

Y, sin embargo, la filosofía durante la época franquista alcanzó, en el terreno educativo y académico, la autonomía y el valor que todavía hoy se reivindica como propio de esta disciplina.

La enseñanza de la filosofía en España

Desde el final del franquismo y la instauración del sistema democrático, ha habido una gran variedad de leyes educativas en España, en las que la filosofía ha sufrido múltiples vaivenes. En todas ellas, sin embargo, ha aparecido como una materia independiente y se ha reclamado su importancia para educar en el pensamiento crítico y autónomo, en los valores sociales, en el desarrollo ciudadano, ético y político de los jóvenes, y en el aprendizaje de las grandes ideas que han moldeado la cultura occidental hasta nuestros días. Pero la existencia de esta materia y, más aún, gran parte del esquema que aún conserva, proviene de la época franquista.

Hasta la Segunda República, la filosofía en el sistema educativo español no aparecía como materia independiente, aunque estaba presente en la educación mediante contenidos concretos y más aplicados, como “Psicología y Lógica”, “Ética y Rudimentos del Derecho”, o “Filosofía y Ciencias Sociales”. Pero la innovación significativa del sistema educativo franquista fue la introducción de la filosofía como una enseñanza de las grandes tradiciones de pensamiento; una enseñanza que, no obstante, tenía como intención la difusión de la doctrina tomista y el establecimiento de dos grandes verdades: la revelada por Dios y la argumentada por la tradición escolástica. No en vano se nombró, ya antes de terminar la Guerra Civil, el día de Santo Tomás de Aquino, “fundamento de la filosofía católica”, como festividad nacional y para todos los estudiantes (BOE, 6 de febrero de 1938).

La enseñanza filosófica estaba fundamentada en los autores clásicos y en la interpretación católica del saber en cualquiera de sus formas. El gran filósofo, descubridor de toda la verdad proveniente de la razón, era Aristóteles. Además, era habitual enseñar a autores como Cicerón, Boecio, Descartes e incluso Kant, pero sobre todo a San Agustín y Santo Tomás. La filosofía alcanzó una gran importancia ya que tenía, precisamente, unos contenidos especialmente vinculados con el catolicismo. Tanto es así que, en los Fundamentos de Filosofía de Antonio Millán Puelles (Catedrático de la Universidad de Madrid), puede hallarse la afirmación de que la existencia de Dios quedó demostrada por Santo Tomás y “no envuelve contradicción alguna” (Millán Puelles, p. 558).

La historia de la filosofía y los argumentos filosóficos eran adaptados a conveniencia. Como señala Millán Puelles, «una verdad filosófica no puede oponerse a otra revelada» (p. 42); y si así sucediera, la razón ha de equivocarse y no la fe.

Si bien San Anselmo, Descartes y Kant aparecen en los contenidos aceptados, sus concepciones (en particular sobre teología) son a menudo puestas en duda y supeditadas a la escolástica: Santo Tomás había refutado el argumento ontológico de San Anselmo, por lo que, aunque fuera relevante para la teología, su doctrina no podía admitirse; tampoco la de Descartes, quien había rechazado la tradición escolástica y defendido una variante del argumento ontológico; ni la de Kant, quien había argumentado contra ambas propuestas (el argumento ontológico y las cinco vías). Millán Puelles acepta la refutación kantiana del argumento ontológico, pero no, evidentemente, la de las cinco vías.

España franquista, España filosófica

La España franquista fue una España filosófica, en cierto sentido, por su vinculación a la escolástica, al tomismo y el aristotelismo. Mantuvo una filosofía pasada por el filtro de la teología; una teología que vinculaba a la Nación Española con Dios. Pero esto, de hecho, no se puede llamar con rigor filosófico.

Todavía hoy persiste la defensa de una filosofía teologizada en nuestro país (y fuera de él). Todavía se incluyen en los temarios, como autores indiscutibles, San Agustín y Santo Tomás; todavía se considera filosófico preguntarse por lo divino y lo sobrenatural, por el alma inmortal, o por el sentido de la vida. Lejos de incluirse con el rigor filosófico pertinente, estos contenidos surgen como saberes legítimos, o más bien legitimados por la tradición (no por la razón). De este modo, los contenidos filosóficos quedan mezclados con pseudofilosofía, posicionados al mismo nivel que la teología y la superstición, que la fe y lo irracional. En los sucesivos sistemas educativos observamos el difícil lugar que ocupa la materia en secundaria: reducida a pocas horas o relegada a optatividad con Religión. Quienes defendemos su presencia y su importancia, a veces enamorados del aprendizaje de las tradiciones filosóficas, pocas veces sentamos la cabeza, y las expectativas, para proponer una filosofía racional, centrada en el conocimiento útil y en la vida personal y social. Debería ser importante, sobre todo cuando han aumentado las matrículas en Filosofía a nivel universitario.

Esto no significa que la filosofía se conciba hoy como se concebía durante el franquismo. Muy lejos de esto, solo nos quedan algunos resquicios de esa visión teológica. Pero el esquema que mantenemos durante su enseñanza, sin duda, debería renovarse al igual que se renueva nuestro conocimiento y nuestro compromiso con la filosofía.

Bibliografía

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